Mi sueño es

Mi sueño es
Fotografía por: Álbum de Lida

Mi sueño es

Fue hace unos minutos que me llamaste y hablamos. O bien sea dicho de paso, hablaste, porque debo admitir que, como un acto reflejo, al escuchar tu voz me colgué en ese pensamiento que cada día es más insistente. Oí que te quejabas porque esa compañera con la que preparas las lecciones de ciencias sociales es más intensa que el café oscuro que bebes por las mañanas; “vieja cansona”, pensaba para mis adentros intentando evadir esa sensación que me provoca escucharte.

Me sucede seguido de un tiempo para acá que me llamas, contesto y tus palabras son un fondo idílico para mis letargos léxicos. Sé que en tus monólogos narras tus días, uno que otro chisme de la tía y hasta la misa que ves diariamente sin falta; creo que he faltado más veces a mis clases que tú a la cita sacra, esas cosas que te hacen única y especial. En el fondo no es que no quiera escucharte, al contrario, es lo más lindo que me pasa en la vida, pero ahora cuesta un poco.

En medio de mis ataques de retracción suelo pensar en mi niñez, cuando tú eras un poco más joven. Precisamente recuerdo ese día, una tarde de cualquier mes del 2001, cuando llegamos a casa y faltaban algunos muebles. Claramente tu tristeza no era tan grande porque él se fuera sin decir una sola palabra, sino porque faltaba ese cuadro del Divino Niño que tú tanto querías. Cuando lo visito ya no veo el cuadro, seguramente lo perdió o lo vendió, porque nunca ha comprendido el valor de las cosas o las personas, para su masculinidad ingenua es más importante el precio. Ahí entendí tu verdadera fortaleza, con solo seis años.

Te miento, sé que lo sabes. La excusa a mis respuestas monosilábicas es el cansancio que me produce estudiar para los exámenes, cuando bien sabes que nunca estudio. Asientes con ternura porque sabes que algo pasa, pero sigues hablando, esperando que en algún momento me interese. Y yo, mientras tanto, sigo sumido en un lago de pensamientos que, en mi defensa, tienen que ver contigo, pequeña.

Capaz es una cuestión momentánea y un día, de golpe, se me pase. Pero ahora sucede y el matiz de tus fonemas me transporta a esas imágenes donde estás sonriendo, otras veces llorando porque eres de lágrima fácil y hasta en mis cavilaciones me culpo. Si no fuera por mis ocurrencias, seguramente no serías ese mar de recuerdos en los que te zambulles hasta llover tus ojos. Siempre he guardado silencio ante tus lágrimas, tal vez por impotencia o por la perplejidad que me genera saber que existe alguien tan fuerte en el mundo.

Porque ante mi muerte y la de tantos otros que amaste, fuiste el pilar que permaneció en pie después del terremoto. Y yo que soy un papel arrugado, la pared agrietada de un edificio abandonado, me rindo absorto a la misericordia de tu clemencia.

No mereces más que un verano eterno de cielos despejados, mares cristalinos y calmos, pero el calor que puedo brindarte no es otro que el de este infierno interno del que buscas salvarme con rosarios y oraciones, y en el que yo ardo placido convencido de que el paraíso solo está hecho para ti y otras divinidades. Esos lugares yo no los merezco, al menos no por ahora.

Quisiera ser niño para que me pregunten una vez más cuál es mi sueño y responder sin dudarlo: Mi sueño es que mi madre nunca muera.

Cristian Arango