El día que vi nevar

El día que vi nevar
Fotografía por: Daniel Muriel

El día que vi nevar

La madrugada inició con letras de Eduardo Sacheri en la voz resonante de Alejadro Apo, mezclada con los silbidos del viento exhalados por las rendijas de aire que desnudan las ventanas de casa. Un insomnio reiterado y un dolor de espalda atosigante me prohíben caer en mis sueños surreales, donde toco los cielos con la espalda y disparo balas de cartón por los dedos. Finalmente desperté en un sueño en Pereira. Corrí hacia el ventanal de una casa ajena para averiguar qué escenario escondían las cortinas para mí. Vi a Japo, viejo amigo, manejando una minivan color pastel mucho más pequeña que él, y que con el pasar de los metros se iba transformando en un animal de pelaje basto y bruces espumosas. Bajé de los tres pisos que nos separaban con una mirada de asombro, y con las pretensiones de quien posee algo novedoso me dijo que era un gato de monte onírico. Su lomo era el de dos marranos, el pelo tocaba el suelo con arabescos rubios que se asemejaban a un perro de calle, y sus ojos esbozaban una gélida mirada de color rojo, que incitaban a emprender la huida al palo de mangos que sostenía nuestras espaldas. A un gato de monte onírico nunca lo imaginé así.

Me desperté con lagañas emperifollando mis ojos. Desayuné café con leche recordando la sagrada tradición en casa de beberlo luego de un plato repleto de lentejas, fríjoles, sancocho o cualquier otra exquisitez con que, a pesar de ser cotidianas, sorprende mamá. Me senté a leer sobre la argentinidad de los argentinos del interior, mientras un mensaje me sacaba de Rosario y me transportaba a Italia. Me preguntaban si lo que veían sus ojos a través del vidrio era nieve. Giré mi cabeza hacia la ventana y vi como una lluvia de granizo caía de manera vertical, como si fuera a estallarse contra el suelo de otro continente. La analicé y supe que era demasiado etérea para ser granizo, danzaba de izquierda a derecha de forma arrítmica y luego el viento se la llevaba a embelesar otros ojos. Era nieve. Pero no esa nieve que me vendieron en las películas o las series de muñequitos. Era real, y pensé en el gato de monte onírico y repetí en mi soledad, nunca lo imaginé así.

Daniel Muriel