Melodías del Silencio

A pie juntillas hemos creído siempre que el silencio es la ausencia del sonido, la carencia perentoria del ruido. Un lugar lúgubre, triste y egoísta. Hay quienes escapan de él viajando entre canciones, silbando, correteando los fonemas; los más vehementes se deslizan en murmullos dulces y también se empapan bajo borrascas toscas del alboroto en las palabras.

Pero otros, aún más valientes, se atreven a escucharlo. El silencio no es ausencia ni carencia de nada. El silencio es el alba de la conciencia que se despierta alegre en sintonía con los sentires. Conciencia, que Eduardo Galeano define como una glándula que se da bastante poco y es la que te atormenta por las noches. La conciencia es la dicción del silencio que espanta a los más desventurados.

Entonces no es vacío el silencio. Su voz es la expresión objetiva de vocablos, argumentos, imágenes, sonidos, recuerdos, texturas, colores, sabores, personas, lugares, etc., que se vuelve subjetiva cuando nos apropiamos de ella y la convertimos en nuestra propia voz. Por tanto, en melodía.

El amor que no vuelve, la sensibilidad que aticé. Y entonces, silencio.

El pensamiento que arde, el axioma que ensordece. Y entonces, melodía.

Somos el eco consecuente de los gritos desgarrados del espíritu. Somos la palabra hecha carne y la carne convertida en palabra. Si es dios, el silencio se viste de nobleza. Si es diablo, el silencio se tiñe de infierno. Somos paganos de ideas anacrónicas y sonrisas anárquicas que esperan ser gritadas.

No es una sinfonía el fin en sí mismo. Es la obertura consciente de un caos gramatical que se desprende de sus propios prejuicios. Es el grito inculto del orgullo, el aplauso arrebatado de un aterrizaje y la anhelada presencia de la armonía. Cerrar los ojos en la vorágine, sentencia del silencio. Abrirlos en la estela de una estrella, efecto de melodía.

Fuimos el tierno lloriqueo cómplice del sufrimiento de nuestras madres; la primera lágrima endeble en los ojos de nuestros padres. Somos la música benévola que busca sonar en el alma; la angustia hecha verbo que protege a un indefenso corazón. Seremos la partitura arrítmica de desórdenes mentales y la simpleza del silencio convertida en melodía.

Cristian Arango