A cargo de una dama

A cargo de una dama
Fotografía por: Jacobo Jurado

A cargo de una dama

Venía de tolerar semanas enfermas, tristes y devastadas, lejos del fuego que emanan los brazos de mamá y cerca del frío molesto que agoniza en las huellas del invierno. De camino al Conad hallé un diente de león solo en medio de un prado verde y delicado, cortejando mis ganas precoces y una vieja costumbre de niño. Me acerqué sigiloso mirando a mí alrededor como quien está a punto de cometer un crimen y sin duda lo era. Estaba muy cerca de arrancarlo para soplar y pedir un deseo que apaciguara mi infierno, pero me detuve de golpe. ¿Por qué una mala hierba debe inmolarse para socorrer a mi suerte? Me alejé avergonzado dejando la planta a la piedad de los deseos de otro inconsciente y continué.

La fila para entrar al supermercado era larga y monótona, una persona a la vez en tiempos de un virus mortal. Ahogado por mi propio CO2 dentro de un tapabocas me fijaba en la mirada desconfiada y temerosa de quienes esperaban su turno, me picaba la nariz con cruel insistencia y no podía soportar más; me dejé libre a los antojos de mi cuerpo y ¡achú! El estornudo se escuchó hasta en Colombia y qué podía hacer, es el cambio repentino de clima aunque los presentes piensen que es Coronavirus.

Todo sucedió en cuestión de segundos y no era el peso de las miradas enjuiciadoras en lo que pensaba. Recuerdo que entrecerrando los ojos, antes de dejar libre a una jauría de gérmenes, atisbé una pequeña planta de hojas despeinadas. Quizá es la culpa, pero se vino a mi mente con decisiva inmediatez aquél diente de león al que casi asesino con sádico placer. No sé si una cosa compensa a la otra, pero caminé a su encuentro. Tomé justo la que vi y pagué un poco más de un euro para tenerla.

¿Realmente estoy preparado para cuidar de un arbusto? No es suficiente con tener el alma vendida al campo, definitivamente soy un novato descuidado y es posible que la pobre muera antes de lo que pienso. En el fondo no es lo que quiero y siento que debo esforzarme. Ella parece una mata feliz en casa, juega bajo el sol todo el día con sus dos amigas albahacas y forma berrinche cuando la golpea el viento; salió como yo, solo le gustan los abrazos desmedidos del calor.

Los últimos días la he visto decaída, debo reconocer que no soy muy bueno protegiéndola y tengo miedo de decepcionar a quien de pequeño fue mi maestra. Tal vez mi abuela supiera qué hacer en estos asuntos pero yo me siento perdido; a mi niña no le gusta el agua, la prefiere una vez a la semana o tal vez he leído a malos consejeros. Siento pena de su cabellera espolvoreada y tiesa que se inclina cada día más al suelo y yo solo soy cómplice de su tristeza mientras acaricio sus hojas anhelando que se enderece.

Creo que soy responsable, aunque me engaño cuando lo pienso. Culpo a la primavera y su depresión maniaca, a la lluvia entristecida y al sol despiadado. Culpo al abono árido y al recipiente deshidratado. ¿O será que se dio cuenta que aquél diente de león ya no decora el césped? Ayer pasé por el mismo lugar y no estaba. Posiblemente fue el aire su victimario y ahora ha decidido su destino; o tropezó en la exhalación de algún desesperado, si es así, espero que su muerte no sea inútil.

Es mi primera planta, mi primera hija. Perros y gatos tengo un par, ella es mi única niña. Desde luego no sé qué se hace con una Lavanda, nunca tuvimos una en casa, parece tan frágil que me da miedo hasta tocarla. Ella es sutil y refinada con su maceta violeta, y yo un padre célibe y desecho a cargo de una dama.

Cristian Arango